viernes, 13 de noviembre de 2015

Milpieles


Sentaros pues, cerquita los unos de los otros y con las orejas bien abiertas, porque la historia que os voy a contar es la historia que un día tiró el sinsentido del corazón del hombre y desde entonces se cuenta en las más nobles veladas como un recuerdo que aún es capaz de aliviar nuestro desconsuelo.

Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, tal como ayer o hace miles de años, tal como en un reino olvidado o aquí tan cerca como vuestro propio pecho; había una vez un rey y una reina, ambos felices en un reino feliz. Tuvieron una hija, a la que amaron y educaron como sólo los reyes saben hacerlo. Y la joven princesa creció con la frente bien alta, el corazón abierto y las manos llenas. Hasta que a los veintiún años su padre, el rey, le hizo una extraña petición:
Cuando seas reina tendrás que juzgar a otros hombres, decidirás la ruina de unos y la prosperidad de otros, mandarás hombres a la guerra y por tu reino muchos morirán. Como tendrás que sentenciar a muerte a algunos hombres, tú misma tendrás que ser capaz de matar. Es la mejor forma de que sepas el valor de la vida, es lo que hizo conmigo tu abuelo, el rey sabio.

La princesa quería ocuparse de su reino pero no quería matar a nadie. Pensó que si ganaba tiempo el rey podía olvidarse del tema. Así que pidió a su padre que si quería que matase a alguien tendría que ser con una espada mágica capaz de ser escondida en una nuez. Una espada que tendría un filo dorado como el sol, otro plateado como la luna y una empuñadura tan brillante como las estrellas.

El rey demoró tres años, pero al fin consiguió la espada. Cuando se la dio, además le entregó con ella un traje hecho con toda clase de pieles, y le dijo:
Para que recuerdes el valor de la vida y a cuantos la dieron por ti, te entrego este traje hecho con la piel de todos los animales que crecieron en tu reino.

Aquella noche la princesa no pudo dormir, no quería ser una princesa sin principios. A un lado de la cama tenía la espada y al otro el traje de las mil pieles. Su bendición y su carga. Pero no soportaría verse como una asesina por muy justa que fuese la sentencia, por muy querido que fuese su reino.
Esa madrugada la princesa huyó del reino vistiendo el traje de las mil pieles y la espada dentro de la nuez. Llevaba consigo sus recuerdos y sus sueños, aunque dejaba atrás su familia y su herencia.

Tras la huida del reino de su infancia, Milpieles sintió que la estaban siguiendo. Quién lo hacía era bueno, muy bueno, porque no dejaba huellas, ni hacía ruido. Milpieles intentó emboscarlo pero no pudo. Hasta que una noche, cuando ya pensaba que nadie podría estar siguiéndola todavía, encendió un fuego. Allí, tras la austera cena de raíces encontradas por el camino y con la fatiga entornándole los ojos, se encontró frente a frente con el león que guardaba el escudo del reino del padre. Frente a ella unos ojos rojos la miraban con voracidad. Tenía ante sí todos los sueños que había construido durante la infancia, todas las expectativas de ser la mejor de las monarcas. Todas las ideas que tenía sobre sí misma se abalanzaron sobre ella para devorarla y ponerla de vuelta a casa.
Milpieles sintió un mordisco desde dentro. Sintió que estaba siendo envenenada por la duda y durante unos instantes vaciló. Para cuando supo que tenía que ser fiel a sus propias decisiones, ya tenía la espada en la mano y al león atravesado por la boca. Ya no volvería a mirar para atrás. Y frente a ella, en el lugar que ocupó la antigua insignia del reino abandonado, ahora, había una pequeña luciérnaga que revoloteó y se escondió en su capa de las mil pieles.

Caminó por mucho tiempo y poco a poco aprendió a confiar en aquella luciérnaga que parecía ir siempre un paso por delante de sus pensamientos. Atravesaba un bosque cuando sintió una jauría tras ella. Los cazadores estaban al acecho y Milpieles no pudo más que esconderse en un árbol seco.
Los perros la encontraron pero los cazadores no dispararon. El príncipe de aquel reino, que iba entre ellos, curioso frente a aquel ser extraño, detuvo la cacería.
No me matéis. dijo Milpieles haré lo que mandéis.
El príncipe vio los ojos de una joven sucia y se apiadó de ella.
Entonces vendrás con nosotros al palacio. y mandó que la llevaran a trabajar a la cocina.

Para vivir le dieron un cuarto sin ventanas bajo las escaleras del palacio. A pesar de ser una princesa, aprendió a trabajar duro; y en la cocina, a pesar de su extraño atuendo, se hizo respetar por su capacidad de aprender y su cuidado por las cosas que hacía.

Una noche, como cada noche, Milpieles estaba en su cuartucho limpiando su espada que ahora usaba como cuchillo, ya que podía adquirir el tamaño que fuera necesario. Mientras quitaba la piel de una manzana se dio cuenta que, frente al radiante dorado y plateado de su cuchillo mágico, la manzana no tenía color. Entonces comenzó a observar que las cosas estaban perdiendo color. Fue a partir de estas pesquisas, que comenzó a reparar en el príncipe. Lo veía por los jardines, vagando solo, en días de lluvia.
Milpieles podía sentir su dolor como si fuera propio. ¿Acaso ella no era un princesa a la búsqueda de algo que desconocía? ¿No había vagado tanto tiempo esperando encontrar un reino que la acogiese? ¿Acaso no estaba mejor desde que encontró aquel reino de fogones y cocineros? Quería decírselo al príncipe, pero con aquel atuendo de pieles con el que cargaba, no podía comunicarse con el futuro rey.

Una noche soñó que le cortaba la sombra de tristeza que cargaba el príncipe. Ese mismo día mientras el príncipe paseaba por los jardines al atardecer, Milpieles se escondió tras un rosal y cuando hubo pasado por su lado el príncipe, Milpieles cortó su sombra con el filo plateado de espada. El príncipe se giró al instante y vio a aquella bestia peluda esconderse justo antes de desplomarse desmayado.

En los días siguientes no consiguió ver al príncipe. Nadie paseaba por los jardines y nadie hablaba de él. Era como si hubiera desaparecido, o más aún, como si nunca hubiera existido.
Un día Milpieles se durmió pensando en él y a la mañana siguiente se despertó pensando en él. Supo entonces que se había enamorado. Como no podía expresar lo que sentía, ponía toda su pasión en la cocina pensando que cocinaba para él. Y como usaba el filo dorado de su cuchillo mágico cortaba todos los ingredientes separando lo que era perjudicial de lo que era beneficioso. De esta manera, los platos que hacía estaban tan llenos de vida y eran tan exquisitos, que pronto se ganó buena reputación en la cocina. Era como si el color estuviera volviendo a aquella cocina. Pero Milpieles sólo cocinaba para los cocineros y no había forma de llegar al paladar del príncipe.
Hasta que un día, sin saber muy bien cómo, se vio siguiendo su luciérnaga por medio de un corredor. Parecía estar en trance, como poseída por un sueño, hasta que le salió al paso un sirviente del príncipe:
Esta es la cena? Mi señor está esperando.
Aquel hombre le arrebató el plato de las manos y la dejó perpleja en medio de un corredor que nunca había pisado.

Al día siguiente, dos guardias la fueron a buscar a su cuarto. La llevaron frente al príncipe. A Milpieles le sorprendió la buena cara que tenía. Era como si hubiera recobrado el color.
¿Qué me has hecho? ¿Qué llevaba la cena de anoche? Nunca comí algo tan bueno. Dijo el príncipe.
Sólo quería ayudar. Cociné con amor. dijo Milpieles.
Me han dicho que se debe a una espada que no dejas tocar a nadie. ¿Es que eres una bruja?
Una vez yo también estuve triste. Comenzó a narrar Milpieles. Ya no cabía en mi reino y tuve que cortar mi sombra, mi pasado. Después de mucho huir llegué aquí. Tú me encontraste y me mandaste trabajar en la cocina. Allí encontré mi lugar. Encontré mi tarea y resultó que tenía buenas herramientas para cumplirla. Mi espada, la espada que un rey mandó buscar para mí.
¿Dónde tienes esa espada?
Cuando te vi tan triste en tus jardines, quise compartir mi felicidad contigo y mi espada me ayudó. Eso hice. Sólo quise ayudar.
Entonces dame tu espada y veré si es verdad lo que dices.


Milpieles sacó la espada de dentro de la nuez y se la entregó al príncipe. Arrodillada entregaba su espada ofreciendo la empuñadura de diamantes tan brillantes como las estrellas. El príncipe se quedó sin palabras mientras miraba a la princesa por primera vez. Su traje de pieles se había caído y la princesa se presentaba ante el príncipe más bonita de lo que fue nunca, pues ahora su belleza era un reino que ella misma había conquistado.
El príncipe sintió en aquel preciso instante que el final de su viaje había terminado, que aquella bella joven era lo que él y el reino habían estado esperando. Y el beso llegó, como llegan los finales felices después de los viajes logrados. Y así fue cómo la princesa y el príncipe fueron reyes de un reino tan cercano como olvidado.

No hace mucho volví a oír esta historia y quién la contó en aquella ocasión dijo que las campanas de boda de aquellos felices reyes aún pueden oírse en el pecho de dos verdaderos amantes que se reconocen al cumplir su camino.


Sobre mi dificultad para adaptar este cuento.
Para ser sincero no me gustó la propuesta. Quién soy yo para modificar algo que es mucho más elevado que cualquiera de mis pensamientos. Algo que apenas sé cómo funciona (referentes de los símbolos) y que no conozco las profundidades del alma a las que va dirigido. ¿Cómo iba yo a tocar algo hermoso y tan misterioso como un cuento de hadas?

Por otro lado, me he dado cuenta de la importancia de conocer la profundidad del cuento que vamos a contar, aunque los alumnos se queden sólo con la imagen, cuando el profesor sabe lo que representa, a ellos les llega el alimento correcto. (Steiner, 1908)

Sobre esta adaptación.
El cuento será para alumnos de tercer ciclo (11, 12 años). Por ello, mi adaptación es bastante extensa y repleta de un vocabulario amplio. Además he creído que los conflictos que se muestran en el cuento son más para esa edad, por no decir que son para la adolescencia. Pero creo que hay que poner las bases para las vivencias que se van a vivir después.

He intentado conservar la atmósfera de los cuentos de hadas y respetar la estructura al máximo. Sobretodo, he intentado mostrar que se trataba de un cuento de iniciación. (Cooper, 1983)

El cambio más importante ha sido actualizar el motivo por el que la protagonista se va del reino de la infancia. Entiendo que se pretendiera dar unas exigencias tan antinaturales que la princesa no pudiera menos que desaprobar. Pero creo que y la posibilidad de que la hija se case con el padre mete al niño en un imaginario que no es necesario y puede confundir. Para buscar nuevos motivos, me he inspirado en Hamlet, ya que es el primer relato que habla del alma consciente (Dixon, 2015). Creo que el tema de debilitar la sangre no es tan importante ahora, como la adquisición de un conciencia individual más allá de los patrones adquiridos. La princesa no quiere matar a pesar de ser lo que debe hacer y lo que le pide su sangre. Ella va a crear sus propios principios. De ahí que sea una princesa.

Este es el cambio fundamental, aunque también he quitado la imagen de los vestidos para no incidir tanto en la idea de las apariencias. En sustitución he puesto una espada, normalmente usada para matar pero que nuestra princesa encontrará la forma de usarla para curar y distinguir con ella lo que es bueno de lo malo. El regalo no es algo acabado como un vestido que te lo pones y ya está, sino algo que va a tener que aprender a utilizar. Este cambio casi me lleva al relato inspirado más que a la adaptación, pero creo que he conseguido conservar la función de los vestidos dentro de la trama.

También quise quitar los objetos que la princesa dejaba en la sopa del príncipe, ya que los valores que simbolizan (fe, feminidad y riqueza) son obsoletos en este momento y creo que el cuento debe tender a universalizar. El cuento no habla de una época determinada del hombre sino de la esencia misma de lo humano. (Steiner, 1908)

Por último, también añadí algunas imágenes que tan sólo se esbozan en el cuento original. Esto es, la figura de un pasado que nos persigue (insignia del escudo del padre) y la de un futuro que nos guía (luciérnaga).

Con todo, al final ha sido una bonita forma de interiorizar un gran cuento. 


Bibliografía.

Apuntes de la asignatura.

Steiner, R. (1984) La sabiduría de los cuentos de hadas. Conferencias dadas en Berlin, 1908/1913. España: Editorial Rudolf Steiner

Cooper, J.C. (1983) Cuentos de hadas, alegorías de los mundos internos. (Trad. Xóchitl Huasi). España: Editorial Sirio (Original en inglés)

Dixon, G. (Comunicación personal, 20 de octubre, 2015)